domingo, 10 de novembro de 2013

La playa de Neruda



Usted, mi amor, en verde y azul. Usted iluminado por la tibia luz del anochecer, en esta puesta del sol en la playa, su playa y hogar.
El mar susurra su poesía… ¿Para qué decir la canción de un corazón que es tan pequeño? Está a mi lado. Siento que está aquí conmigo, en esta piedra, con bichitos caminando en los pies, con frio, con el pie cortado, pero no le molesta – como no me molesta – porque el viento, el sol y el mar no nos dejan molestarnos.
Estar solo puede ser estar acompañado de todo el mundo. Mismo de aquellos que ya no están.
Me hace gracia pensar que, en este momento, tengo ganas de decirte unas palabras de Vinicius de Moraes. Mi otro maestro y compañero. Llevo uno en cada brazo, los dos en el pecho. Que es verdad que se lo comparten con otros tantos, pero, bien, nadie mejor que ustedes para comprenderme.
Dime, poeta, ¿qué hago del amor? ¿Cree que la vida va a regalarme mi Matilde?
Yo a veces pienso que he nacido para amar el mundo, la vida, todas las personas, y quizás eso me impide de tener una pareja. Quizás no, pero entonces tengo que encontrarme alguien igual libre y enamorado de la vida. Que tenga ganas de sentarse en una piedra, en el frio, con el pie cortado, solo para mirar el mar y decir algunas palabras sueltas. Y entonces, bien, capaz que pueda calentar mis manos que están tan frías.
Dos perros se acercan, y con ellos una pareja. Y así se hace la playa de Neruda. Tengo un perro para hacerme compañía – aquí siempre hay buena gente y animalitos dispuestos a acompañarme, así que nunca estoy sola. Gracias.
El sol está casi en la línea del horizonte. El espectáculo que la naturaleza regala todos los días a las miradas listas. Estoy cierta de que esto le sembró muchas poesías.
El globo amarillo se acuesta en el agua. Desaparece calmamente. Y con él se van mis preocupaciones. 
 

 
20 nov 2011 - Isla Negra

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