Usted, mi amor,
en verde y azul. Usted iluminado por la tibia luz del anochecer, en esta puesta
del sol en la playa, su playa y hogar.
El mar susurra su
poesía… ¿Para qué decir la canción de un
corazón que es tan pequeño? Está a mi lado. Siento que está aquí conmigo,
en esta piedra, con bichitos caminando en los pies, con frio, con el pie
cortado, pero no le molesta – como no me molesta – porque el viento, el sol y
el mar no nos dejan molestarnos.
Estar solo puede
ser estar acompañado de todo el mundo. Mismo de aquellos que ya no están.
Me hace gracia
pensar que, en este momento, tengo ganas de decirte unas palabras de Vinicius
de Moraes. Mi otro maestro y compañero. Llevo uno en cada brazo, los dos en el
pecho. Que es verdad que se lo comparten con otros tantos, pero, bien, nadie
mejor que ustedes para comprenderme.
Dime, poeta, ¿qué
hago del amor? ¿Cree que la vida va a regalarme mi Matilde?
Yo a veces pienso
que he nacido para amar el mundo, la vida, todas las personas, y quizás eso me
impide de tener una pareja. Quizás no, pero entonces tengo que encontrarme
alguien igual libre y enamorado de la vida. Que tenga ganas de sentarse en una
piedra, en el frio, con el pie cortado, solo para mirar el mar y decir algunas
palabras sueltas. Y entonces, bien, capaz que pueda calentar mis manos que
están tan frías.
Dos perros se
acercan, y con ellos una pareja. Y así se hace la playa de Neruda. Tengo un
perro para hacerme compañía – aquí siempre hay buena gente y animalitos
dispuestos a acompañarme, así que nunca estoy sola. Gracias.
El sol está casi
en la línea del horizonte. El espectáculo que la naturaleza regala todos los
días a las miradas listas. Estoy cierta de que esto le sembró muchas poesías.
El globo amarillo
se acuesta en el agua. Desaparece calmamente. Y con él se van mis
preocupaciones.
20 nov 2011 - Isla Negra
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