Afuera llueve. Yo tengo una relación
bastante doble con la lluvia. Esto de necesitarla en momentos de introspección
e igual no apreciar como a veces la introspección viene sin aviso con la
lluvia.
Ya llueve hace cuatro días. Ninguna
introspección necesita tanto tiempo. Hoy hizo algo de sol, unos rayitos
valientes que resistieron por unos minutos entre tanta niebla. Me dio una
felicidad algo melancólica, como una memoria repentina del verano, consciente
de ser volátil como la niebla que la revolvía. Y se fue, y el cielo quedó aún
más feo que antes.
El humo de las fábricas se hace más
visible por el frio. ¿Quién será realmente feliz en un día como ese?
Entro en el tren. Una jornada más.
Días así están bien para viajar en tren. Me distraigo con cualquier cosa que
veo por la ventana. Quiero dormir. Hoy
no tengo ganas de ser visible, no quiero decir una sola palabra a nadie.
Y bueno. No, mentira. Mentira
mentira mentira. Que tan graciosa la vida que me pone una cosa tan hermosa
justo en el banco al lado. Un hombre de sombrero siempre vale algunos minutos
de observación. Este… No se ven los ojos. En las manos un libro. Y esa
sonrisita medio de lado.
AH! Increíble la ironía de la vida.
Llevamos libros del mismo autor. Neruda, voy imaginando que tú mismo creaste esta
situación.
Los ojos, finalmente los ojos. Azules
y cristalinos como las playas griegas. Y la pequeña felicidad al ver el título
del libro que ahora pretendo leer.
Oh no, ¡pues no! ¿Por qué te sientas
justo ahí, oh mujer, y me privas de seguir mirando tan hermosa criatura?
Las sonrisas se deshacen, los ojos
dejan de buscarse.
Ya pasó. Saltó del tren.
Dos soledades que se encuentran…
Podría ser una linda historia de amor. Pero esto al final no pasa con estos que
quieren ser libres y no quieren dejar lo único seguro que tienen: la soledad
misma.
Afuera llueve.